En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: "Id al
mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y
se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los
que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre,
hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un
veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y
quedarán sanos." Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y
se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio
por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las
señales que los acompañaban.
Marcos 16,15-20
Ciclo B - Ascensión del Señor
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Ciclo B - Ascensión del Señor
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Nos ha sido entregado uno de los mayores tesoros imaginables. Se nos ha hecho herederos de las promesas que todos los seres querrían para la plenitud y la dicha.
Al menos así lo vivieron las primeras comunidades que se supieron depositarias de una fortuna que no podían guardarse para su intimidad porque experimentaron la grandeza de lo recibido en la medida que era compartido.
Hoy en día las "noticias" religiosas llevan ligadas muchas etiquetas que poco tienen que ver con salvación y plenitud y quizás sea este uno de los motivos que añaden dificultad al anuncio del evangelio de Jesús. Pero siempre es urgente este anuncio de buena noticia, porque no deja de haber personas que ven más allá de palabras y gestos, que buscan hondura en su existencia y que anhelan trascender y encontrar sentido profundo a la vida, y en Jesús esto es un hecho.
Anunciamos a Jesús de Nazaret para que el otro reconozca lo bueno que hay en lo que comunicamos, y para ello es imprescindible despojarse de cualquier tipo de interés personal o motivación utilitarista.
Anunciamos porque nos hemos dejado amar hasta las entrañas y compartimos así el destino de Dios mismo, amando y volviendo a amar sin rendición ni más deseo que ser instrumento que realiza los planes de Dios a su manera.
Anunciamos para que no deje de existir la posibilidad de que nuestras vidas sean fecundas y florezcan una y mil veces mostrando al mundo las maravillas de Dios.
Anunciamos para no perdernos en nosotros mismos y en nuestras angustias y crisis, para seguir vinculados a la vid, para continuar nutriéndonos y vivificándonos en Dios.
Anunciamos porque hemos encontrado la clave de la alegría incluso en medio de las lágrimas y dificultades...
Y anunciamos con la vida, en los encuentros sinceros, en los abrazos calmados, en el compromiso activo, en la ternura que restaura, en la comprensión que libera, en el susurro que consuela, en la compañía que aleja los miedos, en el silencio que atiende y acoge al otro sin juicio ni reservas... jamás en la palabra que grita, que asusta y que enfrenta.
¿De qué manera me siento interpelado a llevar esta buena noticia allá donde vaya?
¿Cómo anuncio la alegría del evangelio en mi entorno más próximo?
¿Qué dificultades interiores y ajenas a mi encuentro a la hora de proclamar mi fe?
Anunciamos a Jesús de Nazaret para que el otro reconozca lo bueno que hay en lo que comunicamos, y para ello es imprescindible despojarse de cualquier tipo de interés personal o motivación utilitarista.
Anunciamos porque nos hemos dejado amar hasta las entrañas y compartimos así el destino de Dios mismo, amando y volviendo a amar sin rendición ni más deseo que ser instrumento que realiza los planes de Dios a su manera.
Anunciamos para que no deje de existir la posibilidad de que nuestras vidas sean fecundas y florezcan una y mil veces mostrando al mundo las maravillas de Dios.
Anunciamos para no perdernos en nosotros mismos y en nuestras angustias y crisis, para seguir vinculados a la vid, para continuar nutriéndonos y vivificándonos en Dios.
Anunciamos porque hemos encontrado la clave de la alegría incluso en medio de las lágrimas y dificultades...
Y anunciamos con la vida, en los encuentros sinceros, en los abrazos calmados, en el compromiso activo, en la ternura que restaura, en la comprensión que libera, en el susurro que consuela, en la compañía que aleja los miedos, en el silencio que atiende y acoge al otro sin juicio ni reservas... jamás en la palabra que grita, que asusta y que enfrenta.
¿De qué manera me siento interpelado a llevar esta buena noticia allá donde vaya?
¿Cómo anuncio la alegría del evangelio en mi entorno más próximo?
¿Qué dificultades interiores y ajenas a mi encuentro a la hora de proclamar mi fe?