
Mateo 20,1-16
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En la comunidad de Mateo confluyen cristianos de diverso origen y condición. Por un lado aquellos judíos inmersos desde generaciones en una tradición antigua y perteneciente al "pueblo elegido", y por otro lado los paganos considerados impuros, que tras un proceso de conversión decidieron seguir las enseñanzas de Jesús y adoptar un estilo de vida en consonancia con su mensaje y propuesta.
No debió ser fácil la convivencia de unos con otros, al igual que acoger y asimilar modos de vivir y pensar llegando a acuerdos de comunión.
En este bonito texto vemos claro como la bondad de Dios supera cualquier expectativa, y como la justicia de Dios nada tiene que ver con nuestro concepto de justicia y de equidad.
La acción de Dios es concreta y particular y por eso tiene en cuenta cada caso. No hace generalizaciones porque conoce el corazón del hombre y su historia. Es generosa infinitamente porque nada tiene que perder, Él es donación universal y eterna.
En tiempos de Jesús la salvación tenía más que ver con un intercambio que con un regalo gratuíto que no espera nada de vuelta. Por eso sus palabras acerca de Dios causaban tal revuelo y fueron motivo de escándalo para muchos y justificación para hacerlo callar.
Quizás quede hoy algo de esta mentalidad exclusivista en la que los que llegaron a primera hora se ven con derecho a más que los que acudieron a la tarde.
Quizás nos falte repetir una y otra vez hasta que resuene en nuestro interior esto de "Quiero darle a este último
igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en
mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia por que yo soy bueno?"