En
aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser
tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus
cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le
dijo: "Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en
panes." Pero él le contestó, diciendo: "Está escrito: "No sólo de pan
vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.""
Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el
alero del templo y le dice: "Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque
está escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán
en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras."" Jesús le
dijo: "También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios.""
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole
los reinos del mundo y su gloria, le dijo: "Todo esto te daré, si te
postras y me adoras." Entonces le dijo Jesús: "Vete, Satanás, porque
está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto.""
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.
Mateo 4,1-11
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El desierto es un lugar donde es dificil vivir, es un lugar para no instalarse, es un lugar de precariedad y peligro. El desierto es un espacio repleto de incomodidades y de ausencia de confort. Es por eso que uno no puede asentarse e instalarse allí. Uno no puede construir su casa definitiva y pretender quedarse para siempre. Por el desierto podemos pasar como quien quiere vivir una aventura, quien quiere ponerse a prueba, medirse y batirse. Por el desierto podemos pasar para vivir una experiencia de austeridad, de desapego y de vacío.
Por eso es común tropezarnos con nuestras limitaciones, falta de fortaleza, con nuestra pobreza y pequeñez. En el desierto lo que nos duele no se confunde, no se disimula. En el desierto lo que nos seduce se hace gigante, lo que nos arrastra cobra una voz protagonista y lo que nos angustia apreta de un modo tremendo. En el desierto no hay distracción, sólo verdad. Lo que soy es lo que soy, y nada más.
Por el desierto podemos pasar cuando hay una disposición especial a desasirnos, despojarnos para vivir en contacto con nuestra profundidad y hondura, con nuestro centro y mismidad. Y justo ahí, cuando apelamos a la unicidad de nuestro ser se produce el encuentro con lo sagrado, con quien nos habita, nos conoce y nos ama. Justo cuando podemos reconocernos tal cual somos sin sonrojarnos el milagro de lo divino nos transforma.
Y precisamente a este peculiar lugar acude Jesús al principio de su vida más conocida, de su vida de Palabra y testimonio. Desde el desierto Jesús puede aventurarse para reconocerse, para mirarse y medirse con el peligro y el miedo. En el desierto Jesús encuentra la posibilidad de escuchar esa voz que que le conduce, restablece y conforta para gritar desde el convencimiento más férreo "Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo darás culto".
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El desierto es un lugar donde es dificil vivir, es un lugar para no instalarse, es un lugar de precariedad y peligro. El desierto es un espacio repleto de incomodidades y de ausencia de confort. Es por eso que uno no puede asentarse e instalarse allí. Uno no puede construir su casa definitiva y pretender quedarse para siempre. Por el desierto podemos pasar como quien quiere vivir una aventura, quien quiere ponerse a prueba, medirse y batirse. Por el desierto podemos pasar para vivir una experiencia de austeridad, de desapego y de vacío.
Por eso es común tropezarnos con nuestras limitaciones, falta de fortaleza, con nuestra pobreza y pequeñez. En el desierto lo que nos duele no se confunde, no se disimula. En el desierto lo que nos seduce se hace gigante, lo que nos arrastra cobra una voz protagonista y lo que nos angustia apreta de un modo tremendo. En el desierto no hay distracción, sólo verdad. Lo que soy es lo que soy, y nada más.
Por el desierto podemos pasar cuando hay una disposición especial a desasirnos, despojarnos para vivir en contacto con nuestra profundidad y hondura, con nuestro centro y mismidad. Y justo ahí, cuando apelamos a la unicidad de nuestro ser se produce el encuentro con lo sagrado, con quien nos habita, nos conoce y nos ama. Justo cuando podemos reconocernos tal cual somos sin sonrojarnos el milagro de lo divino nos transforma.
Y precisamente a este peculiar lugar acude Jesús al principio de su vida más conocida, de su vida de Palabra y testimonio. Desde el desierto Jesús puede aventurarse para reconocerse, para mirarse y medirse con el peligro y el miedo. En el desierto Jesús encuentra la posibilidad de escuchar esa voz que que le conduce, restablece y conforta para gritar desde el convencimiento más férreo "Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo darás culto".